Mayo es el mes que celebra el día de la madre. En algunos países es el primer domingo de mayo (España), en otros el segundo (Italia, Venezuela, Chile, Estados Unidos), en México es el día 10…
Lo importante no es el día, sino que se celebra. Y los grandes almacenes, las floristerías, joyerías y herbolarios se aprovechan.
Las dependientas sonríen a sus clientes y con un tono tan dulzón como hipócrita los camelan poco a poco: “Ya verás cómo le encanta a tu mamá”, “con ese vestido va a estar preciosa”, “si tiene tu color de ojos, éste es su tipo”…
Si dejamos atrás el ritmo vertiginoso de los grandes almacenes, la prensa nos da una visión más fría de las cosas.
Este año nos sorprende el matiz pesimista de la mayoría de los artículos publicados sobre el tema de la madre. Algunos periodistas se lamentaban del aumento de los embarazos en adolescentes, otros de la dificultad para compaginar familia y trabajo, del aumento del número de pobres…
Digámoslo a las claras: a pesar de la euforia comercial en estas fechas, hoy la maternidad es “políticamente incorrecta”.
Nuestro cada día nos confirma esta verdad. Por ejemplo, mi prima Vero está esperando su tercer hijo. La reacción general cuando dio la noticia se puede resumir en una frase: “¡Vero, qué pena! ¡Tan joven y ya con tres! Pobrecilla…”. Así, la popularidad de la mujer como madre está en números rojos…
¿Por qué? ¿Acaso la maternidad no cumple los requisitos que tan bien se venden en el mercado? Tal vez si la describimos con las mismas palabras que nos fascinan aplicadas a una colonia o a un coche logremos reconciliarnos con su imagen.
Cierre los ojos y piense en tres adjetivos “talismán” (aquellos que tienen la cualidad de convertir en bueno el sustantivo al que acompañan). Probablemente le vengan a la cabeza tres: natural, genuino y productivo. Veremos si la maternidad cumple estos requisitos.
¿Ser madre es natural?… Sobran las demostraciones. Vamos, que todo el que lee estas líneas es porque se ha beneficiado de la ley más antigua de la naturaleza, ésa que dota a todo ser viviente de un padre y de una madre. Hasta aquí, todos de acuerdo.
Demos un paso más: llama la atención que una sociedad que está sacralizando la naturaleza de un modo cercano al antiguo paganismo haya tolerado una campaña anti-maternidad sin precedentes en la historia, hasta el punto de que el embarazo se convierte en una enfermedad peligrosa de la que nunca se está suficientemente vacunado.
En la lucha contra ella todos los medios parecen pocos: dispositivos intrauterinos, geles espermicidas, píldoras, profilácticos, esterilizaciones… La pregunta es: ¿esto es lo natural?
Tomemos el segundo adjetivo talismán: genuino. El diccionario lo define como “perteneciente a la naturaleza o conforme a la calidad o propiedad de las cosas”. Cuanto más propio sea algo de un sujeto en concreto, más genuino es. Entonces, tendremos que concluir que la maternidad es lo más genuino de la mujer. ¿Por qué? Porque es lo único que sólo ella puede hacer.
Hombre y mujer pueden desempeñar los mismos trabajos, responsabilidades, las mismas empresas. Pero hay algo en lo que el hombre, por más que lo intente, jamás podrá sustituir a la mujer: su maternidad. Ni él ni nada pueden llevar a cabo esta misión.
La ingeniería genética está logrando verdaderas carambolas en la concepción artificial, pero al final…son ellas las que acaban albergando la vida. Que Hollywood no nos haga olvidar esta verdad fundamental: la película “Junior”, aunque divertida, es ciencia ficción. Y pobres de nosotros si algún día deja de serlo.
Y va el tercer adjetivo: productivo. De nuevo nos traicionan las mentalidades tan alicortas como carentes de fundamento. En el lenguaje actual, hijo es sinónimo de gastos. Nuestra calidad de vida es mejor a la de todas las generaciones anteriores y sin embargo miramos a los hijos con recelo y con temor. “La tierra está superpoblada”, “pronto no vamos a tener suficientes recursos para todos”, “la población está causando daños fatales en el planeta”… nos han acostumbrado tanto a oír estas mentiras que ya no las dudamos ni por un momento.
No importa que los sociólogos más serios hablen de una preocupante implosión demográfica. No importa que el envejecimiento de Europa esté gritando la urgencia de tener más hijos. No importa que se haya demostrado que un mayor número de hijos es una inversión también en el terreno económico (es más barato sacar adelante a cuatro hijos que a dos).
La tiranía del egoísmo sigue imponiendo su máxima: “para eliminar la pobreza, eliminemos primero a los pobres”… Y los hijos han dejado de ser la bendición de las parejas para convertirse en el enemigo público número uno.
Acabamos de mencionar la causa de esta marginación, desprecio y condena de la maternidad: el egoísmo.
Vivimos en una sociedad egoísta que festeja a las madres porque le beneficia económicamente, pero que está dejando de creer en ellas.
En este mes de mayo, volvamos la vista a esas mujeres que nos han dado la vida y que constituyen lo mejor que tenemos como personas y como sociedad. Démosles las gracias por lo que son, sin dejar que el egoísmo imperante empañe ante nuestros ojos su grandeza y su heroísmo. ¡Gracias, madre, por ser madre!
0 comentarios:
Publicar un comentario